«No andemos disipados entre el día, no hablemos aquí y allá sin ton ni son, que la alegría, sí, irradie en nuestros semblantes, esa alegría que dimana de la unión con Dios, del esfuerzo personal por ser mejores, de la atención a la voz de Dios, que continuamente nos habla en el interior para pedirnos: esta privación, el callar esta palabra, el hablar aquella otra, el disculpar, el no escuchar la menor palabrita contra la caridad, el ser siempre almas pacíficas, el no pensar en nosotros mismos…»
Carta colectiva del 7 de mayo de 1953.