«Vio la gloria que, con su gracia, le daríamos; gozaba allá con la dicha que nos proporcionaría haciéndonos partícipes de su misma felicidad, y antes aún de empezar a crear el mundo, arrullaba a sus hijos con el canto de su amor; los Mecía en su regazo con ternura maternal; ‘como un pastor apacentaba su rebaño, recogía con sus brazos los corderillos; los tomaba en su seno y llevaba el mismo las ovejas recién nacidas’ (Is 40)».
La Santísima Trinidad misionera.