«Las almas eran el blanco de mis oraciones, de mis sacrificios, de mis inmolaciones, ellas, el solo pensamiento de poblar con mis oraciones y sacrificios del cielo, de salvar innumerables almas, de lograr la santificación de muchos sacerdotes, de trabajar en todos los intereses de Jesús, me enamoraron de la cruz ¡en tan intenso grado! que no ansiaba más que sufrimientos, penas, inmolaciones».
María ha escogido la mejor parte.