«Si dejamos las cosas, del mundo, y ofrendamos a Dios nuestro Señor el inmenso cariño a nuestros padres y hermanos; si renunciamos a formar un hogar y a las comodidades que podíamos haber tenido en nuestras casas, fue sencillamente porque, al escuchar el llamado divino, al oír su dulcísima voz que nos invitaba a una vida de perfección, quisimos vivir inmolados bajo los votos de pobreza castidad y obediencia, renunciando así a nuestra propia voluntad, al uso dependiente de los bienes de este mundo y a todo cariño que pudiera opacar aunque fuera un poco, el amor virginal que le juramos a Dios el día de nuestra profesión religiosa.»
Carta de marzo de 1963.