«Esa fe, los hizo arrastrar innumerables dificultades, hasta la pena de ver que se les ocultaba la estrella que les había guiado, pensando podrían ser sus imperfecciones las que los privaban de ella. Pero como sabemos bien, no desisten de su empeño, algo muy íntimo, les dice al corazón que su fe y su amor triunfará y… prosiguen hasta que encuentra a Jesús con su Madre; postrados le adoran profundamente y entregan a la Madre los dones que habían llevado, como manifestación de su reconocimiento como Dios y como Rey y como Redentor: incienso, oro y mirra».
Carta Colectiva desde Roma, el 6 de enero de 1976.