«Qué el Espíritu Santo, ese divino Espíritu de amor, sea para nosotros la luz, el calor, el iluminador que nos guía constantemente por las sendas de la perfección, quien ponga siempre en nuestros labios aquello que debemos pedir, para que sea del divino agrado. Lo nombramos hoy… el director espiritual de nuestras almas».
Adveniat Regnum Tuum.