«El alma amante, el alma enamorada de Dios, no piensa en otra cosa, sino en agradar a su amado, precisamente lo que él quiere, en lo que él ha mandado, y es entonces cuando el espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque es él todo mentira y engaño, se posesiona del alma y la hace comprender con divina luz las verdades reveladas y, llevándola por la fe a todos los misterios, se los hace gustar de una manera celestial, que en ocasiones como que dejan de ser misterios para el alma que los gusta, por las divinas emanaciones que de ellos se exhalan y saturan a esa alma por completo».
Meditaciones.