«¡Cuánto sufrí!, pero cuánto, ¡cuánto gocé también! mi fe tomó entonces proporciones colosales, ¡tan inmensa la sentía! Mi agradecimiento al padre predicador que no apoyaba la obra, que así hundía un día del grano de trigo en el surco, era inmenso y alegre. Lo considero como mi principal bienhechor. ¡Si él pudiera saber cuánto fue el bien que hizo a mi alma! ¡Y cuánto me confirma en mi resolución! GRACIAS DIOS MÍO POR TODO.»
Ejercicios espirituales de 1944.