Enamorados de Dios…

«Un misionero vive enamorado de Dios, es cristocéntrico, pero lo relaciona y ofrece primero a su Madre del cielo, para que lo purifique ella y lo presente a su divino Hijo. No sabe separar a María de su vida diaria, de su apostolado y de su fe».

Cartas.

Un retrato fiel de Jesús…

«Yo quiero que mis hijos sean un retrato fiel de Jesús, y que en su Corazón aprendan a practicar las virtudes que Él sabrá muy bien enseñarles, si le piden su dirección y consejo para cada cosa que van a hacer, diciéndole: ‘Jesús, ¿qué harías Tú, si estuvieras en mi lugar?’».

Carta colectiva de febrero de 1960.

Cristo, el Hombre-Dios

«Al crear al hombre la Beatísima Trinidad, con toda esa perfección estética y moral; al grabar en el alma humana que le daba, su divina semejanza, enriqueciéndola con todas las perfecciones con que ella misma está adornada, en cuanto es posible a una criatura, poniendo en su cuerpo la más exquisita belleza, con los más delicados rasgos en su maravillosa estructura, la Santísima Trinidad contemplaba al Hombre–Dios, que más tarde debería aparecer sobre la tierra, desplazándose con la naturaleza humana, elevando a esta a su divinidad, mediante la unión hipostática».

En el principio.

La unión con Jesús…

«Si Jesús de Nazaret, vivía íntimamente unido a su Padre celestial, no sólo como Dios, sino también como hombre, ¡cómo debo trabajar porque mi unión con él sea tan estrecha, que no pueda pensar, desear, querer, obrar sino en él y por él?; que no tenga otras miras en mis intenciones que el acrecentamiento de su gloria y la salvación de las almas, pero en la amorosa intimidad de María».

Ejercicios Espirituales de 1941.

Amor entrañable a Jesús…

«No tema madre mía exigir de mí los mayores sacrificios ¡se lo agradecería tanto! ¿Cómo probarle a Jesús mi amor?»

Cinco esquelitas.

Mansos y humildes de corazón como Jesús…

«En la divina Eucaristía, es también este su continuo grito: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Y yo que le escucho, que lo adivino en todas las cosas, ¿no aprenderé de este divino Maestro a ser mansa y humilde como él? Si tú, Jesús mío, esculpes en mi corazón esta sentencia con letras de fuego, él no rehusará seguirte en la humillación; hazlo así, te lo pido por el corazón humildísimo de tu Madre, porque, para hacer tus delicias quiero ser: mansa y humilde de corazón».

Aprended de mí que soy mando y humilde de corazón.

La atracción de Jesús…

«Cuando él me atrajo sobre su pecho, cuando dijo a mi oído las dulces palabras de su amor, vi que había encontrado el único amor que podía saciarme, el único que podía hacerme feliz».

Viva Cristo Rey.

Contemplación del Niño Dios…

«Este Hijo de Dios que con su mano sostiene el universo, se ve ahora con sus manecitas sujetas; es la ternura de la Madre quien lo ha envuelto así. Él, que cuida hasta de las avecillas del campo a quienes no falta ni alimento ni vestido, tiene hoy necesidad de los pechos purísimos de su Madre para sustentarse, todo cuanto existe se rige a un simple acto de su voluntad, y hoy este divino Niño, acullá, acullá, tan solo sabe decir.Tiene hambre, tiene frío y no sabe expresarlo; es la penetración de su Madre quien lo adivina. A ella está sujeto momento por momento».

Aprended de mí que soy mando y humilde de corazón.

Jesús es la vid, nosotros los sarmientos…

«‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos’ (Jn 15,6).Del uno al ocho, viene san Juan declarándonos en este capítulo como nuestro Señor es la vid, verdadera, nosotros los sarmientos que, injertados, procediendo de esa vid, que, cultivada, regada, podada por el Padre celestial que es el viñador, llega a producir frutos abundantes de vida eterna».

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

La negación de Pedro…

«In illo témpore, allá en las riberas del mar de Tiberiades, resonó, por vez primera, majestuosa, dulce, plena de unción, saliendo de los labios del divino Maestro, la palabra que rehabilitaría el discípulo perjuro, al confesar, en una triple protesta de amor, sus tres negaciones, que no dejará de llorar amargamente todos los días de su vida».

Hija, ¿Me amas? Apacienta mis corderos.