«Hasta la fecha de las gloriosas apariciones, la conversión de los indios había sido muy lenta, pero a partir de ese día las conversiones se registraban a millares; es que la Reina del cielo, la Inmaculada que quería asentar sus reales en la colina del Tepeyac, para ser desde allí nuestra Reina, nuestra Madre, nuestro consuelo, nuestra guía, al tomar posesión oficial, por así decir, de nuestra tierra, se había adueñado también de nuestros corazones, injertando en ellos, con el amor a Dios, el deseo de la virtud».
En homenaje de filial amor.