«La alabanza a Dios estará siempre en mi boca, cuando al empezar cualquier trabajo, me pongo en su presencia divina, ofreciéndole todos los instantes que en él emplee, teniendo la intención formal de que todos los latidos de mi corazón, las respiraciones de mi pecho, los movimientos de mi cuerpo, sean infinitos actos de amor, de adoración, de reconocimiento, de desagravio, por mí y el nombre de todas las criaturas racionales, y aun irracionales».
Estudio sobre la Regla y el Evangelio.